La búsqueda de la sabiduría y la vigilancia constituyen los dos temas fundamentales de la liturgia de hoy.
A la sabiduría no se le encuentra solamente en la universidad, en el templo, en los libros.
Es necesario salir a la calle para encontrarla en lo imprevisible.
En la calle podemos encontrarnos lo mismo, con un gran científico que con un analfabeto.
Cualquier encuentro, con cualquier persona, puede convertirse en escuela de sabiduría.
La sabiduría pide entrar y formar parte de tu vida.
Es oportuno que nos dirijamos a ella constantemente para discernir los tiempos, para comprender el valor re las cosas, el significado de los acontecimientos, la orientación de la vida,
Para reflexionar, es necesario pararse, estar en casa, garantizarse un espacio de soledad y de silencio.
Solamente en la paz, en una dimensión de interioridad, se da esa conexión entre…
Cristo no pide que se renuncie al descanso, sino que se vigile, o sea, que se rompa con las actividades de la noche, con las obras de las tinieblas. Se trata de romper con todo lo que se opone a la vida, a la luz.
Naturalmente, la espera va orientada hacia alguien.
Si perder de vista el futuro, es necesario estar presentes… en el presente.
El mejor modo para esperar es vivir en plenitud cada instante.
La hora de Cristo, la hora de la llegada del esposo, no es una hora especial distinta de las otras. Es una hora como esta.
Se prepara dando valor y significado a todas las demás horas.
La única información es que no sabemos el día ni la hora.
Dios llega puntual -respecto a su hora-, pero a través de una sucesión interminable de retrasos -en relación con nuestros relojes.
Pero ¡cuidado, si la espera nos debilita, nos envejece, nos endurece, nos entristece!
Cristo, cuando venga, conocerá solamente a las personas con espíritu joven, que no han permitido que los años empañen la frescura inicial, frenen el entusiasmo, debiliten el deseo.
La juventud es la única manera sabia de vivir la espera y de prepararse al encuentro.
Por la mañana, nosotros, como los de Tesalónica, habremos de abrir la puerta de casa, no para espiar le próximo fin del mundo, sino para acoger la sabiduría, que nos permite vivir con entusiasmo, cada instante, de esta jornada.