En la vida diaria las relaciones humanas, son un juego de intercambio de frutos. Frutos que se dan y que se reciben.
Frutos buenos como la misericordia, la fraternidad, la justicia, el perdón, la libertad o tóxicos como las injusticias, los atropellos, venganza, derramamiento de sangre, la indiferencia, pero al fin, es un dar y recibir.
Aunque pertenecemos a otro tipo de civilización, no es difícil imaginar la escena en la primera lectura, donde aparece un juglar, que se para en una esquina de la plaza de un pueblo de agricultores.
Entona una canción de amor y al mismo tiempo un canto de trabajo.
La viña no ha correspondido a las expectativas del propietario; … fatigas de amor inútiles.
Así el canto asume la forma de lamento angustiado por un amor traicionado.
Pero el propietario es un tipo especial. Los frutos suspirados, después de tanto trabajo, no los esperaba para él. Pretendía que otros gozaran de esos mismos frutos.
Así el cantor pasa a un tono de amenaza, y sus demandas se tornan en una acusación pública:
La viña del Señor son ustedes, pueblo de Israel. Han desilusionado al Señor.
Han producido únicamente uva silvestre, o sea: injusticias, opresiones, atropellos, derramamiento de sangre, en vez de la justicia que él esperaba, después de tantos cuidados y fatigas causadas por el amor.
Esta parábola no se refiere sólo al pasado, sino que es la profecía de la muerte de Cristo.
El abuso más grave es el de habernos comportado como propietarios de algo que solamente nos ha sido “rentado”.
Por lo tanto, se nos permite estar en la viña no para reivindicar o defender nuestro propio rol.
Se nos ha prestado la viña-comunidad para producir frutos.
Las estructuras son necesarias solamente en función de los frutos.
No basta con estar dentro de la Iglesia, ni siquiera es suficiente amarla. No se demuestra la fidelidad estando dentro, sino produciendo frutos.
Se trata de un fruto al servicio del otro, en beneficio de los demás.
La viña no es nuestra, ni tampoco los frutos son para nuestro beneficio.
La Iglesia, nosotros, tenemos la tarea de producir frutos para el Reino: Misericordia, fraternidad, justicia, libertad, perdón de los enemigos, paz.
Si estos frutos faltan, el Señor arrendara la viña a otros labradores que le entreguen los frutos y los entreguen a tiempo.
El amor siempre es fecundo, en cambio, los frutos forzados o exigidos siempre aparecen fuera de lugar.
Jesús nos sugiere, a través del Espíritu: Estar atentos a lo posible que hay que realizar y también a lo imposible que hay que recibir...
…y esto sucede solamente cuando hemos aprendido a trabajar en la viña. Cuando hemos aprendido a jugar en términos del Reino de Dios, los frutos hablaran por sí mismos.