Dos tipos de problemas:
Ahora, Dios mismo pide: Oíd sedientos, acudid por agua…” Dios nos pide que pidamos, que nos demos cuenta de nuestra hambre, de nuestra sed. De nuestro riesgo de morir por no tener hambre y sed.
Estar sedientos significa provocar un deseo intenso.
Gritar con los ojos porque la garganta esta seca.
Frecuentemente nuestras miradas están desencantadas, pesadas, de gente saciada, harta de todo lo que es inútil.
Sólo se puede estar delante de Dios como criaturas de esperanza, de deseo.
Dios asegura lo que es esencial para la vida.
Y ofrece sus dones bajo el signo de la gratitud … (“compren….coman…sin pagar”).
Dios es gratuito, pero no superfluo.
Dios nos revela nuestra verdadera hambre y nuestra verdadera sed… ”oíd…”y nos pide… no pedir a otros lo que únicamente puede darnos él para que nuestro vivir sea realmente tal, verdaderamente una vida.
Es dirigirte a él cuando finalmente descubres que el dinero no te permite vivir.
Cuando sintiendo un deseo, una inquietud que te revuelve por dentro, y te das cuenta de que la cartera no sirve, que tu vida tiene necesidad de otra cosa; entonces tienes la posibilidad de encaminarte hacia Dios.
“Escúchenme y vivirán”.
En el evangelio, se le llama la multiplicación de los panes, pero Jesús antes ha realizado el milagro de la multiplicación de las personas responsables.
Quiere multiplicar los corazones.
Milagro es dejarse implicar en la situación del otro, conmoverse por el dolor ajeno.
Jesús no se limita a hablar a la multitud, se hace cargo de ella.
La predicación continúa con la liturgia de las manos.
La única manera de no dejarse sorprender por la oscuridad es la de permitir que la palabra encienda el corazón.
Entonces habrá abundancia para todos porque nuestra hambre y nuestra sed serán realmente saciadas.
El cristiano nunca es ni un despedido ni uno que despide.
Para el cristiano no existe la separación.
Y cuando oscurece, nos tomamos de la mano.
…Y entonces todos vemos más claro.